Me gustaría comenzar este artículo haciéndoos una pregunta filosófica, estamos a pocas semanas de terminar el año y una empieza a ponerse algo mística. ¿Creéis en el karma? Yo tengo que confesar que hasta hace poco no, pero basándome en acontecimientos recientes estoy empezando a pensar que el cosmos igual influye más de lo que pudiera parecer en un principio. Y vosotros diréis, “vaya, ¿cuándo se convirtió este espacio de denuncia y retranca en un libro de autoayuda digno del mismo Paulo Coelho?” Tranquilos, todo en esta vida tiene explicación, menos las preguntas de los exámenes de oposición del Sergas.
Corría el año 2015, creo recordar. Por aquel entonces yo era una pobre víctima de mi ignorancia, y estaba anotada en las listas de corta duración, también conocido como Pool o Infierno en la Tierra, cada uno que lo llame como más le convenga. Como digo, llevaba año y medio en una tensión constante esperando a que la pantalla del móvil se iluminase y tuviera que dejar la comida a medias, salir con el pelo lleno de jabón de la ducha o mismo dejar una película en el cine a medio ver (las tres situaciones sucedieron de verdad). Y casi os puedo asegurar que lo peor aún no era esa incertidumbre perpetua, era el cargo intermedio que manejaba el cotarro. ¿Cómo describir el cargo intermedio en cuestión sin terminar en un juzgado?
Bien, para que os hagáis una idea, se jubiló este año, pero aunque no hubiera crisis covid, no creo que nadie le organizase una cena de despedida, ni aunque los gastos corriesen a cargo de ella. Así pues, una compañera y yo, fuimos a pedirle un favor, ni siquiera recuerdo lo que era, imagino que era poder librar un día para algo en concreto, un evento, una cita médica o algo así. Tener vida, en resumen. Su respuesta fue: “esto es un hospital, no una ONG”. Y aquí es donde entra el karma.
Hace 5 años esto no era una ONG. Hoy, las universidades están pidiendo voluntariado para hacer actividades que deberían ser con su pertinente contrato y con su nómina. Creo que llegamos a un punto en el que mi antigua jefa ya no tiene razón, y esto acaba de convertirse en una ONG con todas las letras.
No contentos con esto, circuló en las redes un correo electrónico por parte de esa misma universidad, en el que les echaban en cara a los alumnos que no apreciasen la oportunidad que se les estaba brindando. Claro que sí, si pudiendo realizar el trabajo gratis ¿quién va a querer cobrar? Total, ya se sabe que los sanitarios vivimos de la vocación, yo pago con vocación en el Mercadona todas las semanas…
Esto parece irremediable. Desde hace años vivo el éxodo continuo de compañeros a otros sitios dentro y fuera de España. Gente que con el mismo tiempo trabajado que yo está en una interinidad, cuando yo trabajo un día aquí y otro día allá, con mi inseparable teléfono siempre a mi lado. Y estamos cansadas. Y quemadas. Y vemos que en vez de arrimar el hombro entre todos, están empujándonos para que marchemos. Y cada vez hay menos gente. Antes salíamos de la universidad y tardábamos meses en ser llamadas, ahora empiezan ya a trabajar y doblando turnos además. Porque antes no era legal doblar y ahora ya te lo incluyen en la cartelera. Lo que ahora ya parece no ser legal es descansar, si un día no tienes contrato en un distrito ya te llaman de otro. És una situación que no se sostiene, y menos con lo que seguramente se nos está echando encima.
Puede ser que este sea mi escrito con menos retranca y más indignación, más soso que un turmix sin sal y diabético. Pero la situación no es para menos.
Este barco se hunde, y tienen dos opciones: mandarnos salvavidas como es debido e intentar llegar todas a buen puerto, o que cada una mire para sí y sálvese quién pueda. Hacer como Rose en Titanic, cada una que coja una tabla para sí misma y punto (y sí, cabían los dos en la misma) Es que al final una se cansa de remar contra corriente y prefiere dejarse llevar a aguas más tranquilas, aunque queden más lejos de casa.
Creo que el mayor problema es que aún no se dieron cuenta de que nosotras tenemos la sartén por el mango. Nosotras podemos irnos a otro sitio a trabajar porque hace falta personal en todos los hospitales y centros de salud, pero ellos no pueden tener los centros de salud vacíos, y ya sabemos que los altos cargos no se van a quitar la bata para ponerse el uniforme y trabajar.
Así que mi antigua jefa, tirana e intolerante como era, tampoco era una mujer con grandes dotes adivinatorias. Al final el Sergas sí que terminó convirtiéndose en una ONG que mendiga ayuda para paliar una situación cada vez más desesperada. La misma institución que se reía de nosotras haciéndonos contratos de 2 horas y que se permitía el lujo de tenernos sin trabajar cuando agotábamos los seis meses de acúmulo, ahora agacha la cabeza y tiene a gente en acúmulos perpetuos para que no se vayan a otro sitio.
Ya se sabe, no se puede escupir para arriba que siempre acaba cayendo. Y siguiendo con los dichos populares, nosotras estamos muy cansadas de que meen por encima nuestra y tengamos que decir que llueve. Porque el Sergas hoy será una ONG, pero para nosotras un hospital sigue siendo un hospital.
“Imagen del Banc d’Imatges Infermeres. Autoría: Ariadna Creus y Àngel García”