Pues aquí estamos de nuevo. Después de varios meses de dar mi amarga opinión sobre diversos temas, estaba claro que tenía que cerrar 2020 con un resumen, como la lista de los más escuchados en Spotify o un collage de fotos en Instagram. Esta es mi versión avinagrada sólo apta para enfermeras que han vivido este año de pandemia en primera linea de playa.
Marzo de 2020. Confinamiento. Que lo llamaban así, pero yo os digo que como persona que vivió dos años en las listas de contratación de corta duración, eso de ir de casa al trabajo y del trabajo a casa sin más vida social ya estaba inventado. También es cierto que en mi época no era necesario salir a comprar el saliente de noche para no tener que salir de casa más de lo imprescindible. Y todos hacíamos lo mismo, había más gente del hospital en el Mercadona a las nueve de la mañana que en muchas cenas navideñas. Pero ese es otro tema.
Fueron tiempos convulsos para todos. Pero me atrevo a decir más por nosotros, el llamado “personal esencial“. Con esto no me refiero solo al gremio sanitario sino también a muchos otros profesionales que han tenido que seguir saliendo a pesar del temor de que el país no quedara completamente paralizado. En lo que a las enfermeras se refiere, un gremio denostado por la sociedad desde hace mucho tiempo, hemos pasado de ser héroes que arriesgaba sus vidas para salvar personas a ser mercenarios al servicio de un gobierno que planeaba aniquilar a la población de la tercera edad en un abrir y cerrar de ojos. Y hombre, ni tanto ni tan calvo.
Y aquí fue donde la palabra vocación hizo su aparición estelar, tan repetida que acabó perdiendo por completo su significado. La vocación no justifica medios insuficientes, medias verdades y turnos interminables por falta de personal. No somos héroes, somos profesionales que hacen un trabajo para el que estamos capacitados y por el que recibimos una retribución económica. Punto. Claro que puedes hacerlo con más o menos salero, eso ya depende de la rumba que cada uno tenga en el cuerpo, pero sigue siendo eso, un trabajo. Entonces basta con justificar todo con la maldita vocación.
Claro, el contrapunto fue cuando quisieron involucrarnos en la famosa “plandemia“. A ver, nada de esto me llegó, a menos que enviaran el protocolo al correo de Sergas, porque lo abro de año en año y no pude averiguarlo. Así que en menos de dos meses pasamos a que salieran desde el balcón a aplaudirnos a que aparecieran algunas graffitis tachándonos poco menos que nazis. Fuimos como la Pedroche a fin de año, o nos adoraban o nos odiaban. Influencers enfermeras.
Bueno, esto nos lleva a otro hito este año. Los premios. ¿Quién de vosotros contaba en enero de 2020 para tener un premio Princesa de Asturias antes de fin de año? Yo ya os digo que ni siquiera estaba seguro de si me renovaban el acúmulo, como para contar con un premio. También manda carallo que consiguieramos el premio Princesa de Asturias antes que la carrera profesional, a fin de cuentas, ese giro del guión no fue visto ni por los sindicatos.
Contra todo pronóstico, sobrevivimos a los meses de encierro con un estado físico y mental más o menos aceptable y llegó el verano. Y con el verano, nuevo plow twist, Feijoó, generoso allá donde haya uno, se sacó de la manga una bonificación de 250 euros para que saliéramos a expandir la pandemia por Galicia adelante. Eso sí, eso era lo que todos estábamos esperando, una escapada rural romántica, si luego los guantes se rompen con solo mirarlos, las mascarillas eran como filtros de cafeteras y los vestidos como el Santo Grial del Epi, ya que son detalles menores, que mira, trabajar con seguridad no, pero las nécoras que te papaste ese día no te las quita nadie. Y todos tan felices.
Pero en este loco año, la alegría de los premios y las fiestas financiadas por Feijoó se vio ensombrecida por la pérdida a finales de verano por el faro que guió a las eventuales enfermeras en la lucha. Almuiña. Referente de la salud, gran defensor de la enfermería, autor de perlas como que el 88% de la plantilla estaba formada por personal fijo… ese Almuíña, os situáis, ¿no? Renunció. Incomprensible dada su buena gestión, lo sé, pero hay que ser fuertes, pensar que está en un lugar mejor, seguramente en casoplón que compró trabajando mucho menos que nosotros, esos eventuales que nunca reconoció que existían. Dios, dame paciencia, porque como me des fuerza… aunque hay que reconocerle un mérito, fue quien de tocarnos las narices a todos y fomentar una unión nunca antes vista, y hasta ahora Enfermeiras Eventuais en Loita sigue aguantando a pesar de las adversidades.
Diría que este último tramo del año ha sido tranquilo, pero estaría mintiendo. Veamos, la famosa puntuación a mayores que nos regalan por tener buena salud. Me siento como un perro que van a comprar y que tiene más valor de pedigrí. Centrémonos, si una persona coge la baja, por el motivo que sea, ¿implica eso ser un peor profesional, que no sepa hacer bien su trabajo o que merece estar en desventaja con sus compañeros a la hora de optar por una interinidad o una plaza? Porque yo no lo veo así, más que el premio que nos vendieron, lo que entiendo y que se quiso penalizar a la gente por enfermar, pero tal vez yo tenga más salud que neuronas, no me hagáis caso.
Las plazas. 164 plazas para enfermera rasa. Bueno hombre, para el caso creo que podrían hacer algo más vistoso. Algo tipo como Juegos del hambre, encerrarnos a todos los aspirantes en un estadio y matarnos unos a otros, los que están vivos que cojan plaza. Y televisado, que el de TVG a la hora de la sobremesa bien podría competir con Sálvame. También os digo que no sé si prefiero ponerme a entrenar para matar con un arco que buscar los apuntes de la parte común en el trastero.
Pero hay espacio para la esperanza en este escenario tan negro que os acabo de pintar. Bruselas aceptó la denuncia presentada por Eventuais en Loita con el BNG e investigará una posible infracción de la normativa de la UE por la excesiva temporalidad en el sector sanitario. Que ya les adelanto que hay tal violación, por mucho que le parezca a Almuiña que salimos del acto de graduación con una melopea y una plaza bajo el brazo.
Así que, este año, a pesar de paralizarse nuestras vidas durante unos meses, ha dado para mucho. Ha sido un año de mierda, no veo la necesidad de endulzarlo, pero del que también podemos sacar cosas buenas. Por ejemplo, me quedo con el humor de mis compañeros, capaz de sonreír y hacer bromas después de horas metido en un Epi. Me quedo con la gente que se acercó un poco más a nuestra profesión, y especialmente con aquellos pacientes que confiaban ciegamente en seres extraterrestres que entraban a sus habitaciones vestidos con todo tipo de dispositivos y de los que sólo veían ojos. Pinchar una gasometría con doble guante es complicado, pero más difícil es cogerles de la mano y asegurarles que todo irá bien cuando lo más probable es que hayan muerto solos en esas habitaciones convertidas en celdas improvisadas.
Desde luego, esta profesión nunca ha sido fácil, y mucho menos este año con una pandemia en el medio y una clase política más preocupada por los números que por las personas. Pero aquí seguiremos. Con o sin covid. Con o sin aplausos en los balcones. Con o sin premios. Con o sin políticos que nos apoyen. Porque esto es nuestro, lo que nos gusta, lo que estudiamos y lo que queremos que se nos permita hacer. Maldita vocación.