Suelen decir que segundas partes nunca fueron buenas. ¡Santa razón! En uno de mis textos anteriores, que empiezo a utilizar como terapia psicológica frente a una estrategia de desgaste del Sergas que va a acabar con mi salud mental, reivindicaba el estrés que nos produce escoger nuestro destino vacacional dentro del hospital, los famosos “bloques de verano”. Y yo creo que Feijóo es fan de nuestra página, porque dicho y hecho, me quejo del estrés que me supone escoger y ya me quitan esa opción. Pues ale, cuánto mejor, porque me estaban empezando a salir canas con esto de tener poder de decisión.
Los ajenos al mundo sanitario podrán pensar, “esta chica no hace más que quejarse”. Y no les falta razón. Pero es que desde que echas más de un lustro en esta casa te cansas de decir que llueve, cuando están meando por ti (siento el símil, pero siendo enfermera podría hacerlos peores con retenciones urinarias).
La novedad de esta semana es que las vacaciones seguramente sean cubiertas por acúmulos, porque como ya os dije, los acúmulos en el Sergas son como Rosalía en la música, todo un boom. Y podríais pensar, el caso es trabajar, ¿no? Dijo el tuerto en el reino de los ciegos. No, el caso es trabajar y con unas condiciones laborales dignas, porque hasta donde yo se la esclavitud fue abolida hace muchos años, a no ser que sea una de esas modas que vuelve como los pantalones de campana.
Sí, yo soy una de esas afortunadas que le tocó un acúmulo covid, renovable hasta el 31 de agosto. Se entiende que un acúmulo covid está destinado a reforzar plantas covid no? Vale, pensé que solo era yo que soy muy básica. Pues llevo sin oler el covid semanas (por suerte, y que siga así), por lo que igual era hora de cambiarle el nombre, ¿no? Aquí el problema al parecer viene por otro lado, se ve que si le quitamos el apellido, el dinero que lo financia también es diferente, no seré yo quien destape la caja de pandora, pero si es covid paga Pedro Sánchez y si es acúmulo sin título nobiliario paga Feijóo. Repito, soy yo muy básica.
Os resumo el tema, porque tendréis vida y otras cosas que atender. En fin, si sois trabajadores del Sergas intuyo que vida la mínima, mirar para el teléfono hasta que te avisen y tú cojas tu coche cual batmóvil y te persones en el hospital lo antes posible. Aquí el asunto es que se acabó lo de tener que escoger contrato para tres meses con tu cartelera, un único servicio, o a lo mejor más, pero todo planificado. PLANIFICADO. Ahora te llaman a las 10 y media para entrar a las 3. Y vas gruñendo, pero vas. Y si tenías que hacer la compra, tranquila, operación bikini, que comemos demasiadas veces al día. Si quedaras para tomar café, ahórralo, total, todos sabemos que es malísimo para la tensión. Si tenías que ir a ver a tu abuelo, ya irás, total, ni que hubieras echado tres meses sin verlo por la pandemia.
Todo es tan surrealista que yo de verdad muchas veces espero que me salga alguien de una esquina con una cámara gritando “Sorpresa, sorpresa”. Pero nada, aún no salió nadie. Así que mientras escribo esto a toda prisa, porque me avisaron a las 11 de que a las 3 tengo que entrar de turno, echo de menos aquellos veranos en los que tenía mi cartelera, con mis descansos y mis planes fuera del hospital. Y también me vienen a la memoria aquellos primeros años en la lista de corta duración, en la que me apunté voluntariamente desde la inconsciencia de la juventud, que tampoco nos daban mucho margen, pero mira, sabías a lo que ibas, y sobre todo, puntuabas un poco más. Puntuación a cambio de tu libertad, así funcionaba el asunto. Inocente de mí, pensé que eso mejoraba con el tiempo y con la edad. Pero no, hoy, rozando los treinta, soy como aquella pizpireta enfermera de 22 años que comenzaba a trabajar y miraba para su móvil como si de una bomba de relojería se tratase, esperando una llamada peor que las de Vodafone a la hora de la siesta, la del Sergas.
“Imagen del Banc d’Imatges Infermeres. Autoría: Ariadna Creus y Àngel García”
Yo soy personal no aanitario, pero la mierda sigue siendo la misma